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lunes, 23 de agosto de 2021

La Torre Mestre

Tenia la casa, una reja pintada de verde, poesía y felicidad. 
A dónde solíamos ir los veranos, y alguna que otra navidad.
Recuerdo la entrada, la escalera de forja, la puerta a las bodegas, sus recovecos y pasadizos secretos.
El salón japonés, dónde solíamos comer, su altura, sus cuadros, abanicos y los muebles de bambú.
Al otro lado, el salón árabe, sus techos de intensos colores, sus formas geométricas, y paredes engalanadas.
Aquel pasillo, la cocina con azulejos blancos y la salida al jardín. El fuego en la chimenea, de rojo ladrillo.
Arriba, su rincón favorito, el despacho del abuelo, su santuario, su mesa, sus premios, la escribanía.
También nuestras habitaciones, el largo pasillo, los baños, los balcones y el mirador acristalado.
El huerto, era frondoso, con árboles y plantas. Los setos, los laberintos, los viñedos y el palomar.
Pero los años fueron pasando, terribles, malvados. La vieja casa quedó sin vida, sin fuerza, sin amor. 
Atrás se quedaron los sueños, las aventuras, los recuerdos de mi infancia. 
Allí la noche olía a salitre y a jazmín. 
Allí se quedó la puerta pintada de verde, la hiedra y el viejo balcón, los juegos, las risas y un pedacito de corazón. 
La reja oxidada, guarda silencio. La vegetación no tiene freno. La habitan el frío, el viento, la lluvia y el calor.
Ya nadie corretea por los pasillos, ni curiosea en la capilla, ya nadie reza a la otrora virgen de la caridad del cobre.
Sólo me queda el recuerdo. El brillo de sus ojos, el alegre gesto del abuelo, cuando le pedíamos un beso. 
Aquella sonrisa inequívoca de alguien que ejerció de buena persona, al que la vida, le puso difícil el final de su historia.
J.H.L.M.(ILS2021)
#Siempre_Mestre




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