El otro día una persona a la que adoro, me
preguntaba ¿en qué te inspiras para tus escritos? Una canción, una foto, una imagen
en televisión, un recuerdo, una noticia en la prensa e incluso en ti, le dije.

Recuerdo que antes siempre tenía a mano un blog de
notas y en su defecto, salía a la calle con unas hojas de papel y un boli.
Cuando surgía ese algo, lo anotaba. Ahora lo hago en el móvil. Me he
modernizado.
Pero desde hace tiempo, me gusta observar a la
gente. Siempre dedico esos momentos que a veces me regalo, a observar, aprender
y disfrutar de esas pequeñas cosas que antes no veía. En la cafetería, a donde
suelo volver o en la sala de espera de un hospital, lugar en el que estoy
ahora, escribiendo estas líneas, la cabeza se me va, escudriña, busca esos
gestos, situaciones que muchas veces me conmueven.
No todo el mundo va a un hospital por gusto y ya sé
que tampoco es un sitio para muchas alegrías, aunque algunas, si las hay. No se
trata de buscar en la gente, esa cara de sufrimiento que puedan tener, si lleva
el brazo en cabestrillo o si se le nota que lo está pasando muy mal. Miro su corazón
a través de su mirada, de su aptitud y de sus gestos.
Hace un año por estas fechas y en el mismo lugar,
aquí en la sala de espera de coronarias me vino a la cabeza aquella historia
que en su día titule “lección de ternura”, no he vuelto a coincidir con
aquellos dos entrañables viejecitos, Juana y su marido que me dieron una
lección de ternura y yo simplemente me atreví a describirla.
Quizás cambien los actores, pero el escenario es
el mismo, las circunstancias parecidas. Todos venimos por esta o por aquella
dolencia, ese chequeo rutinario o ese incomodo dolor que te ha surgido.
Hoy he podido volver a sentir aquellas mismas
sensaciones, he vuelto a mirar a mí alrededor, me he dejado llevar por ese
ronroneo, por los sonidos de una sala de espera. Y cada día me gusta más
transmitir estos pequeños relatos. Los relatos de la vida.
No me canso de leer tus escritos...cada uno mejor que el anterior
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