y tenía la dulce costumbre
de escribir una poesía
a todo aquel que sé lo pedía.
A veces se quejaba
de que el tiempo iba muy deprisa,
como si hubiera cogido carrerilla.
Ya no hay guerra, decía,
ya no hay ganadores,
ni vencidos.
Sólo calma y un concierto
de penurias, que le abren
las heridas;
que le tararean el alma
Ya no hay lucha,
solo un ataque de soledad,
de lo más inoportuno,
que le hace las cuentas
y le muestra la verdad.
Nunca supo negar un consejo.
Y su imagen socarrona,
le sonreía desde el otro lado del espejo.
©ILS
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