
Él estaba convencido de
que muchas cosas de las que soñaba eran su manera de decir que añoraba una vida
que nunca había vivido, esa vida que había pasado de puntillas, sin apenas
darse cuenta.
Ahora soñaba, soñaba
dormido, soñaba despierto, soñaba que soñaba y en todos sus sueños la reina, era
ella.
Por fin le había puesto cara, conocía su sonrisa, su mirada y
su belleza. Cada día tomaba esa fotografía, la miraba, la remiraba y por si se
le ha olvidado algo, la volvía a mirar.
Soñaba con compartir
con ella esas pequeñas cosas a las que le gusta dar valor, una mirada, un
apretón de manos, una caricia, ese beso de amor, esa sorpresa mañanera, ese te
quiero cada noche. Dormir abrazado a ella, madrugar los días festivos para
poder despertarla con el aroma del café, en fin, esas pequeñas cosas que hacen
grande el amor.
En sus eternas
conversaciones hablaban y hablaban, trataban de imaginar cómo sería esa vida
que ambos querían compartir, se despojaban de los secretos confesables, tiraban
por la borda todo aquello que les sobraba, relataban sus manías tratando de
corregirlas o en su defecto amoldarlas, eran planes de futuro. Háblame de ti,
le decía tratando de empaparse de ella, háblame de tu familia, de tu día a día.
De esas pequeñas cosas que te gustan. Y así pasaban horas y horas, acercándose
cada día un poco más.
Juntos daban largos paseos,
viajes a un lugar lejano, tardes de conversación, escuchando aquella música que
un día por casualidad les unió. Miradas, silencios voluntarios, sonrisas, risas nerviosas, caricias, besos, ternura, pasión,
y miles de cosas más.
Aunque el amor no siempre es fácil, a veces es como
una carrera de obstáculos, obstáculos que hay que ir superando cada día, miedos
que asoman, miedos que le hablaban de distancias, de edades e incluso de otras parejas.
Y luchaban cada día, querían
seguír adelante, hablaban y hablaban. Necesitaban conocerse, romper esas
barreras, el miedo escénico, la timidez primeriza.
Pero los celos absurdos
hicieron aparición y aquel hermoso sueño, salto por los aires en 10.000
pedacitos.
Desde aquel día, pasa
las noches apoyado en aquella ventana, colecciona mariposas tristes y deambula por
caminos que no conoce en busca de una playa en la que encallar.
El amor nunca es fácil.
ResponderEliminarMe encantó tu relato sueños rotos.
Un beso.