
Al día siguiente, desde la calle pude verla,
estaba sentada en la misma mesa, me vio, no disimulo su mirada, yo sí, y cruce
la calle, sabía que sus ojos estaban clavados en mi.
Así pasaron varios días, ella siempre estaba allí,
a la misma hora, en el mismo sitio y en la misma mesa. Un día al ir a buscar un
periódico, no había ninguno y al girarme para regresar a mi sitio, me la
encontré de frente. ¿Quieres este periódico? Me dijo sin dejar de mirarme, si,
gracias le conteste dedicándole una sonrisa tímida, en ese momento pude ver de
cerca la belleza de esa mujer misteriosa.
Los días transcurrían así, mirada va, mirada
viene, alguna sonrisa indicaba que algo había entre nosotros y estaba a punto
de estallar. Empezaba a pensar en ella a cada momento, empezaba a querer ir a
la cafetería a cualquier hora. Y así lo hice. Era sábado por la tarde, estaba
en casa y me vino a la memoria, como si ella me llamara, me puse unos vaqueros,
una camiseta, unos tenis y salí disparado hacia la cafetería. Ya desde lejos
pude ver que estaba, me vio, la mire y note como se arreglaba. Al entrar me fui
a la barra, pedí un café con hielo y con la mirada busque un sitio cómodo para
sentarme, para mirarla sin mucho esfuerzo, pero al girarme, allí estaba ella,
detrás de mí, con su sonrisa perfecta. Te invito al café me dijo sonriéndome,
vale, le conteste. Vamos a la terraza, se estaremos mejor me dijo. Al sentarnos
me dijo; me llamo Carla, se donde
trabajas, se dónde vives, y se que escribes en un blog.
Yo no daba crédito a todo lo que estaba
escuchando. ¿Y desde cuando sabes todo eso? Le pregunte. Llevo mucho tiempo
observándote, mirándote y siguiéndote. ¿Y eres peligrosa? ¿Tengo que tener
miedo? Le volví a preguntar. No, me dijo, lo hice porque necesitaba saber todo
eso de ti, necesitaba conocerte y no temas, ya sabrás porque lo he hecho. ¿Y
sabes algo más de mi?, no pero espero que tú me lo digas a partir de hoy, si me
dejas. Yo no dejaba de mirarla, me intrigaba su belleza, me encandilaba su
forma de mirarme, de mover las manos y de sonreír. Mientras hablábamos me dijo
si podía dibujarme, le dije que sí y así lo hizo, se pasó todo el rato
dibujando; me miraba y plasmaba lo que veía en su cuaderno. Fue una tarde
agradable, hablamos y hablamos y sin apenas darnos cuenta, la noche se nos echo
encima. Quedamos para otro día. Antes de separarnos me regalo el dibujo que me
había hecho.
Muy bonito tu post de hoy.
ResponderEliminarUn besos