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sábado, 13 de diciembre de 2014

Maldito cáncer



Aquí me tienes, en la planta de oncología. Esta es la tercera consulta de la mañana, la del psicólogo; antes estuve con el urólogo y con la oncólogo.
Me asombra la cantidad de gente que hay aquí. Pasillos, salas de espera llenas, gente que va y viene, la alegría brilla por su ausencia.
El psicólogo todavía tarda, me dicen en el mostrador, así que doy un paseo, mi nerviosismo no me deja estar sentado, además tampoco hay sitio. Me apoyo en la pared, cerca del mostrador. Varios pósteres me hacen más entretenida mi espera. “Recogemos pelucas usadas y las reutilizamos en pacientes con cáncer” dice uno. A su lado un poema de M. Benedetti, que dice:
No te rindas, aún estás a tiempo,
De alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo. 
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros,
Y destapar el cielo
Mujeres con pañuelos en la cabeza, hombres con las carpetas de sus citas o tratamientos
Desde mi posición, diviso tres salas de espera, las tres están de bote en bote. El pasillo es un ir y venir de enfermeras, auxiliares, pacientes y acompañantes. A muchos se nos nota el estado anímico, algunos lo evitamos escribiendo, leyendo.
Estoy cansado, tengo sueño, esta noche no he podido dormir. Me he tomado algo para evitar la ansiedad, pero mi juyu-juyu no para, mi estómago me delata. Me pide café, me pide urgentemente una dosis de cafeína, pero prefiero esperar y acabar con este primer paso para el tratamiento.
Los nervios me oprimen el pecho, el psicólogo parece que tarda una eternidad, pero miro el reloj y estoy dentro de los tiempos. Maldita ansiedad, malditos nervios, maldito cáncer.
La sala grande, cada vez tiene más gente, gente sentada en sus asientos, miran al techo, unos leen algún periódico, una revista o releen las hojas que traen, otros miran su móvil.
Una niña de unos siete u ocho años aparece, lleva también un pañuelo en la cabeza, el padre, bastante joven, la sigue, llevándole el abrigo y una bolsa. Una enfermera sale de una sala y la llama por su nombre. La niña no está de humor, no quiere entrar en esa sala para posiblemente recibir su dosis de quimioterapia. Intenta convencerla, le promete que le tiene dentro un regalo. Ella escapa, corre por los pasillos, entra en algunas salas, que denoto que conoce de memoria, todas las enfermeras y médicos la animan a obedecer, ella reniega. Después de mucha batalla, la niña accede y entra. No vuelvo a verla.
Por fin aparece el psicólogo, la auxiliar le habla, le da algo y me mira. Acompáñame, me pide. Vamos a una sala amplia y nos sentamos frente a frente y me pide que le cuente todo desde el principio. Así lo hago. Casi una hora después, me dice que estudiará el tema y que el viernes vuelva.
Me voy un poco mas aliviado. El tratamiento ya está en marcha, me han visto el urólogo, la oncólogo y el psicólogo, ya he dejado atrás muchas de las dudas, que harán que me tome todo esto que me está pasando mucho mejor. No soportaba la falta de información.
Ahora que sé a qué enemigo me enfrento, ganaré la siguiente batalla, ganaré la guerra.  

1 comentario:

  1. A por ella!!!!!!.
    Recuerdo que hace año se ocultaba la enfermedad al propio enfermo como una necesidad. ¡Qué error más grande!!! siempre dije, ni que el enfermo estuviera tonto. La falta de información produce lo que tu has dicho, ansiedad. El estar informado no es que te vaya a curar , pero si que te va a ayudar mucho más a ello, la vida siempre hay que mirarla de cara.
    Mil besos y mucho, mucho ánimo en tu lucha

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