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viernes, 5 de julio de 2013

Un viaje, un sueño



 

Cada día, cada noche, a cada momento soñaba con ella, soñaba dormido, soñaba despierto, soñaba por soñar y soñaba para vivir. Soñaba que soñaba y esa noche, como no, también soñó.
Soñó con su dulzura, con su voz, con su forma de ser y en el sueño decidió hacer esa locura y correr en su búsqueda. Cogió el  coche y cruzó media Europa. Sentía una necesidad increíble de saber a que sabía, a que olía. Sentir su mirada, coger sus manos y besarla. Condujo 20 horas y llego a ese precioso pueblecito de nombre impronunciable.
Busco una casa que había cerca de una capilla, no había muchas pero vio una casa grande de madera que supuso que debía ser la suya. Aparcó  el coche y sin ningún pudor pulso el timbre.
Por su aspecto se dio cuenta de que quien le había abierto era su madre. Le dijo, que no conocía la zona y sacando un mapa le pregunté dónde estaba exactamente, si había un restaurante o un hotel.
Muy amablemente, ésta,  le dijo que pasara y mientras le explicaba, se dio cuenta de que era ella quien bajaba por las escaleras. La miro y sin saber si se daría cuenta o no, le hizo un gesto para que no le delatara y así fue. Ella se acercó, se puso a su lado y se unía a la conversación con el mapa. Venia recién duchada, todavía con el pelo húmedo, estaba bellísima. Se puso cerca, muy cerca de él tanto que podía sentirla, oler el fresco aroma del gel de baño, en su piel.
De vez en cuando, mientras le explicaba cosas del mapa, lugares, sitios de interés, ella lo miraba con esa sonrisa que a él le volvía loco.
Su madre viendo que ella se desenvolvía bien con el mapa y con él, los dejo solos, momento, cosa que ella aprovechó para acercarse más a el y decirle bajito y con una sonrisa de amor “¿te has vuelto loco? Si, le contestó, ella le besó, aquel beso todavía lo guarda en su memoria.
No se lo podía creer. Allí estaba, a su lado, acababas de besarle y le sonreías. Hablabas sin parar, con esa mezcla de acentos que tienes.
Mientras ella le explicaba con gestos, risas, sonrisas, miradas y roces intencionados, su madre había ido a la cocina y regresaba con una bandeja, en ella traía, café, leche y unas pastas.
Charlaron un buen rato los tres. Le contaban costumbres y lugares cercanos que no debía dejar de visitar. En una de estas ella se ofreció a hacer de anfitriona y que si no tenía inconveniente, podía acompañarle y enseñarle los alrededores.
Su madre, supongo que porque le vio cara de buena persona dijo, si es buena idea pero antes, comerás con nosotros. No debo aceptar le dijo él, pero ella insistió y dijo; así por la tarde la niña te mostrara algunos parajes de la zona. Seguro que te encantaran
Bueno, vale le dijo, dedicándole una mirada entre deseo y cariño
Ella le sonrió y volvió a hacer lo posible por rozarle con su brazo.
Durante la comida, la conversación versó casi todo el rato sobre é, como había ido a parar allí, preguntas para arriba, preguntas para abajo, miradas, sonrisas disimuladas y algún roce por debajo de la mesa.
Después de comer, ella se levantó y dijo, vamos, te mostrare esto, te va a encantar y sin más preámbulos se marcharon.
La tarde fue increíble, risas, besos, miradas, mas besos, el lugar precioso, pero el tiempo pasaba y tuvieron que regresar a casa, él se fue para el hotel, que por cierto estaba muy cerca de su casa y ella para la suya.
Al día siguiente, sábado, los padres de ella se iban de viaje, se quedaba sola en casa y volvieron a verse, habían quedado en ello, fue un día intenso, visitaron muchos lugares, cada cual más hermoso.
Ya por la noche se fueron a cenar a un pequeño restaurante, la cena fue estupenda, al terminar dieron un paseo romántico por el paseo fluvial, luego entraron en un pub para tomar algo. Era un sitio muy agradable, un chico tocaba jazz. Al fondo una pareja bailaba al ritmo de aquella canción. Ella lo miró, con esa mirada que tiene y el entendió lo que quería decirle, se levantaron y se dirigieron la pista, él puso sus manos en su cintura, la atrajo hacia sí  y besó su frente, ella levantó la cabeza, se miraron, una sonrisa y un te quiero. Él cerró los ojos y pensó para sí. ¡Dios! que feliz soy.
Bailaron un buen rato, muy juntos, tanto que ella le escuchaba los latidos del corazón. Así pasaron un buen rato hasta que por fin se dieron cuenta de que ya no había música, pero ellos seguían bailando, no querían romper aquel momento, un momento que todavía recuerda, todavía conserva en su retina el tacto de su piel, su olor, sus besos y aquella mirada dulce que sueña con volver a sentir.

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