Cada día,
cada noche, a cada momento soñaba con ella, soñaba dormido, soñaba despierto,
soñaba por soñar y soñaba para vivir. Soñaba que soñaba y esa noche, como no,
también soñó.
Soñó con su
dulzura, con su voz, con su forma de ser y en el sueño decidió hacer esa locura
y correr en su búsqueda. Cogió el coche
y cruzó media Europa. Sentía una necesidad increíble de saber a que sabía, a
que olía. Sentir su mirada, coger sus manos y besarla. Condujo 20 horas y llego
a ese precioso pueblecito de nombre impronunciable.
Busco una casa
que había cerca de una capilla, no había muchas pero vio una casa grande de
madera que supuso que debía ser la suya. Aparcó el coche y sin ningún pudor pulso el timbre.
Por su aspecto
se dio cuenta de que quien le había abierto era su madre. Le dijo, que no conocía
la zona y sacando un mapa le pregunté dónde estaba exactamente, si había un
restaurante o un hotel.
Muy
amablemente, ésta, le dijo que pasara y
mientras le explicaba, se dio cuenta de que era ella quien bajaba por las
escaleras. La miro y sin saber si se daría cuenta o no, le hizo un gesto para
que no le delatara y así fue. Ella se acercó, se puso a su lado y se unía a la
conversación con el mapa. Venia recién duchada, todavía con el pelo húmedo,
estaba bellísima. Se puso cerca, muy cerca de él tanto que podía sentirla, oler
el fresco aroma del gel de baño, en su piel.
De vez en
cuando, mientras le explicaba cosas del mapa, lugares, sitios de interés, ella
lo miraba con esa sonrisa que a él le volvía loco.
Su madre
viendo que ella se desenvolvía bien con el mapa y con él, los dejo solos,
momento, cosa que ella aprovechó para acercarse más a el y decirle bajito y con
una sonrisa de amor “¿te has vuelto loco? Si, le contestó, ella le besó, aquel beso
todavía lo guarda en su memoria.
No se lo podía
creer. Allí estaba, a su lado, acababas de besarle y le sonreías. Hablabas sin
parar, con esa mezcla de acentos que tienes.
Mientras ella
le explicaba con gestos, risas, sonrisas, miradas y roces intencionados, su
madre había ido a la cocina y regresaba con una bandeja, en ella traía, café,
leche y unas pastas.
Charlaron un
buen rato los tres. Le contaban costumbres y lugares cercanos que no debía
dejar de visitar. En una de estas ella se ofreció a hacer de anfitriona y que
si no tenía inconveniente, podía acompañarle y enseñarle los alrededores.
Su madre,
supongo que porque le vio cara de buena persona dijo, si es buena idea pero antes,
comerás con nosotros. No debo aceptar le dijo él, pero ella insistió y dijo;
así por la tarde la niña te mostrara algunos parajes de la zona. Seguro que te
encantaran
Bueno, vale
le dijo, dedicándole una mirada entre deseo y cariño
Ella le
sonrió y volvió a hacer lo posible por rozarle con su brazo.
Durante la
comida, la conversación versó casi todo el rato sobre é, como había ido a parar
allí, preguntas para arriba, preguntas para abajo, miradas, sonrisas
disimuladas y algún roce por debajo de la mesa.
Después de
comer, ella se levantó y dijo, vamos, te mostrare esto, te va a encantar y sin
más preámbulos se marcharon.
La tarde fue
increíble, risas, besos, miradas, mas besos, el lugar precioso, pero el tiempo
pasaba y tuvieron que regresar a casa, él se fue para el hotel, que por cierto
estaba muy cerca de su casa y ella para la suya.
Al día
siguiente, sábado, los padres de ella se iban de viaje, se quedaba sola en casa
y volvieron a verse, habían quedado en ello, fue un día intenso, visitaron
muchos lugares, cada cual más hermoso.
Ya por la
noche se fueron a cenar a un pequeño restaurante, la cena fue estupenda, al
terminar dieron un paseo romántico por el paseo fluvial, luego entraron en un
pub para tomar algo. Era un sitio muy agradable, un chico tocaba jazz. Al fondo
una pareja bailaba al ritmo de aquella canción. Ella lo miró, con esa mirada que
tiene y el entendió lo que quería decirle, se levantaron y se dirigieron la
pista, él puso sus manos en su cintura, la atrajo hacia sí y besó su frente, ella levantó la cabeza, se
miraron, una sonrisa y un te quiero. Él cerró los ojos y pensó para sí. ¡Dios!
que feliz soy.
Bailaron un
buen rato, muy juntos, tanto que ella le escuchaba los latidos del corazón. Así
pasaron un buen rato hasta que por fin se dieron cuenta de que ya no había música,
pero ellos seguían bailando, no querían romper aquel momento, un momento que todavía
recuerda, todavía conserva en su retina el tacto de su piel, su olor, sus besos
y aquella mirada dulce que sueña con volver a sentir.
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