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martes, 16 de julio de 2013

Carla



Los días transcurren como casi siempre, solo que ahora cuento los minutos para ir a tomar el café y al llegar a la cafetería con mis amigos, tu estas allí, nuestras miradas se cruzan, se mezclan con las sonrisas clandestinas que nos dedicamos. Te observo, te veo dibujar, tú me miras y dibujas, sonríes y yo me pregunto qué estarás dibujando.

El viernes como cada día estabas en tu mesa, con tu cuaderno y tu lápiz. Después de un rato, aprovechaste una de nuestras miradas para hacerme un gesto con algo en la mano, yo interprete que querías decirme o darme algo, te levantaste recogiste tus cosas y te dirigiste a la puerta, tenias que pasar por mi lado y al hacerlo, con mucho disimulo y con una sonrisa me dejaste una notita en la mano, sentí tus dedos y tuve una extraña sensación, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y sentí el deseo de cogerte la mano, detener tu marcha y mirarte a los ojos.

Fui al baño para leer la nota, desenvolví el papelito con nerviosismo, ponía “Gracias por la tarde del otro día, me gustaría repetirla y me preguntaba si podíamos volver a vernos pronto; lo necesito”. Salí del baño, disparado, me dirigí a la puerta para ver si todavía estabas cerca, ¿te alcanzaría? Pero sorpresa, estabas allí, esperando una respuesta, te mire y te dije, a las siete aquí. Toma me dijo y me dio un folio, me había hecho otro dibujo.

El día, ayudado por la ola de calor, se me hizo eterno, espeso y plomizo, las horas no avanzaban, el reloj parecía que se había detenido. Pero, llego la hora de salir y  corrí a casa. Una ducha rápida y ropa cómoda.

Salgo de casa, me queda media hora pero ya no aguanto más, por el camino, voy mirando algún escaparate, la gente pasea, otros llevan sus compras. Ya cerca de la cafetería te veo venir, me sonríes, te sonrió, al encontrarnos me das un beso  y las gracias por aceptar la invitación. ¿Y si vamos a otro sitio?, le propongo, vale, a donde tú quieras. Ven vamos a buscar mi coche, me sujeta del brazo y nos dirigimos al garaje.

La lleve a un mesón muy bonito, un antiguo molino restaurado. Con su riachuelo que pasa por debajo, salimos a la terraza y nos sentamos en una mesa cerca del rio, la brisa fresca hacia que se estuviera bien a pesar del calor. Pedimos algo y una vez se marcho el camarero, decidí preguntarle porque sabias tantas cosas de mi y como las había sabido. Con una sonrisa preciosa y sacando del bolso tu cuaderno y un lápiz, me dijiste” Una vez, estando en casa algo depre, encontré tu blog, habías escrito “Retrato de una conversación”. Me gusto, me enamoro tu forma de ser, de escribir y cada día leía tus actualizaciones. Luego te encontré en el facebook y tirando del hilo, llegue hasta ti. Llevo casi un año detrás de tus huellas. Mientras me contaba todo esto, miraba y dibujaba. ¿Qué haces le dije? ¿No me estarás pintando otra vez? ¿Acaso no te ha gustado el dibujo? Sí, pero me pones nervioso. ¿Cómo de nervioso? me contesto sonriendo. Lo justo para estar un poco incomodo, no me gustan las fotos. Esto no es una foto, lo sé, pero pone nervioso igual o más ¿Por qué? Porque no dejas de mirarme y de sonreír. Una foto dura un segundo y esto te lleva más. Me gusta mirarte, llevo haciéndolo mucho tiempo. ¿Te molesta que te mire? No, creo que incluso empieza a gustarme. Ya era de noche cuando regresamos. Me atrevo a decir que lo pase demasiado bien.

Los días pasan y cada dia buscamos nuestros ojos, con un gesto, con una sonrisa o con una mirada, nos decimos muchas cosas, quedamos casi todas las tardes, paseamos y tenemos largas conversaciones. Me siento bien a su lado.

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