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domingo, 20 de enero de 2013

Un viaje de media distancia



Hoy he tenido que ir a Vigo y aunque me gusta conducir, he decidido ir en tren. Está un día de estos asquerosos, llueve a cantaros, hace viento y el agua baja a mares. He decidido ir tranquilo, mirando el paisaje. Cojo mis cosas y una revista para leer durante el viaje.
Llegué a la estación con tiempo y mojado, muy mojado, los pies, los bajos del pantalón y la manga derecha de la cazadora. Compre billete de ida y vuelta y me dirigí al andén tres, que era el que me correspondía y espere.
La gente iba llegando, estudiantes, funcionarios que se iban de fin de semana, algún mochilero, peregrinos y los demás.
Tome asiento, al lado de la ventana y me puse con esta tarea, escribir. Otros con sus cascos puestos escuchan música, o leen una revista. La chica que se sentó a mi lado, saco de la mochila unos apuntes, de no sé que de psicología y se puso a estudiar.
Cuando el tren coge velocidad, debido al traqueteo, me es imposible escribir y echo mano de la revista. De vez en cuando, detengo la lectura y me bajo a la tierra. Miro el paisaje, contemplo esos tramos de obras que muchas veces veo desde la carretera. Llega el revisor y nos taladra el billete. Mi vecina sigue con la lectura de psicología, lo sé, porque su amiga que se sentó al otro lado del pasillo le pregunto que estudiaba.
Después de leer un par de artículos, decido dejarlo, siempre la podre leer en otro momento, y me vuelco en el paisaje, en la gente, en sus historias.
Llegamos a Villagarcía, mi compañera de viaje, se apea, me quedo solo y recupero el móvil, sin ese traqueteo del tren, apuro para escribir esas sensaciones que he retenido en mi memoria. Bajan más de los que suben. El coche queda medio vacío y casi todos van con el móvil;  whatsapp, mensajes, música, etc. es la tónica general, ah y una chica con un libro. El tramo Villagarcía-Pontevedra es bastante oscuro, es lo que tienen los túneles y el paisaje no es igual, ya hemos pasado la ría, ya no se ve el mar. Aprovecho este tramo triste para retomar la revista y anda, mira qué curioso, encuentro un artículo sobre  la “tribu de las botas picudas”. Posiblemente escriba algo al respecto, no hace mucho vi una foto en internet y creo que se merecen escribir sobre ellos.
Ya en Pontevedra, miro la hora, quedan quince minutos y volvemos a un tramo de ría, a un tramo de mar, otro paisaje, aunque el día no acompañe. Sigue lloviendo, la velocidad del tren se pelea con la lluvia, y esto hace que fuera parezca peor de lo que es. La ría esta oscura y apenas se ve. Después de un ratito, a duras penas diviso la isla de San Simón, y por fin el puente de Rande me da la bienvenida a Vigo. ¿Llegara esto a su hora?
Llego a la estación con 10 minutos de retraso y todavía mojado.
La vuelta fue larga, muy larga, con todas las paradas del mundo; Redondela, Arcade, Pontevedra, Valga, Portela, Villagarcía,…en fin, eterno…Pero fue más de lo mismo, uno leyendo un manual de adiestramiento psicológico de perros, otro con unos apuntes y el resto con sus móviles y fuera, la lluvia sigue golpeando los cristales.
En fin, ha sido un viaje, distinto, con mi tiempo para mirar, contemplar y pensar, seguro que me gustará repetirlo en mejores condiciones, con menos prisa y con menos lluvia. Y seguramente os lo cuente

2 comentarios:

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  2. Bueno, a mín encantame a choiva,sobre todo cando a vexo dende dentro caindo sobre as paisaxes.Polo menos prefiroa a ise sol de inverno con neboa e frío.E bueno,o bo de conducir é (Se hai cuartos claro)que se queres ir a algún sitio en determinado momento podelo coller e ir cando queiras,pero o bo de ir en tren e relaxarte e desfrutar de outras cousas o non ter que estar pendente da conducción.Saudos

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