En
primer lugar he de decir que he sido fumador y que no me molesta el humo del
tabaco, tampoco que fumen a mi lado.
Tampoco
defiendo las medidas del gobierno. Vería bien que en los bares, cafeterías y restaurantes hubiera una zona adaptada para
los fumadores, hoy por hoy, parecen apestados en las terrazas de los bares,
desterrados y castigados a pasar frio, al lado de la estufa o tapados con una
manta, o resguardados de la lluvia.
Todos
somos conocedores de los efectos que producen el tabaco en el cuerpo, nos los
muestran las cajetillas, o en campañas anti-tabaco. Cuando fumaba, disfrutaba
de ese placer traidor y no notaba los otros efectos que producen, hoy si lo
noto y mucho.
Puedo
soportar el olor del humo del tabaco, ese que sale del cigarrillo, pero no
soporto el olor que deja el tabaco en las cosas, en la ropa. Todo queda
impregnado de un olor característico, que no desaparece con facilidad. Cuando
alguien que fuma me habla o se sitúa a mi lado, recuerdo lo que mi mujer cada día
me decía “apestas a tabaco” yo le contestaba, que exagerada eres, pero tenía
razón, se nota, y muchísimo.
Los
fumadores viven y yo por experiencia lo sufrí, envueltos en una aureola de humo, como una
nube de la que nosotros no somos conscientes. Vivimos felices con nuestro
vicio, con nuestro particular aroma a nicotina.
Podemos
ir guapos, con corbata, con el modelo más caro y más in del mundo pero ese olor
nos acompaña a donde quiera que vayamos. ¿De qué sirve la colonia? Esta con el
tiempo se evapora y desaparece su aroma y cuando esto sucede, aparece el
verdadero olor que llevamos encima, el del tabaco
I.L.S.
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